Mi propiedad privada

Mary Ruefle

pequeñaslabores

Buenos Aires – 2023

106 p.; 21 x 14 cm.

Traducción: Patricio Grinberg.

ISBN 978-987-8320-36-6

La tristeza gris es la tristeza de los clips y las banditas elásticas, de la lluvia, las ardillas y los chicles, las pomadas, los ungüentos y los cines. La tristeza gris es la más común de todas las tristezas, es la tristeza de la arena del desierto y playa, la tristeza de las llaves en el bolsillo, de las latas en un estante, del pelo en un peine, de la tintorería y las pasas de uva. La tristeza gris es hermosa, pero no debe confundirse con la belleza de la tristeza azul, que es insustituible. Es triste decirlo, pero la tristeza gris es reemplazable, se puede reemplazar todos los días, es la tristeza de un muñeco de nieve derritiéndose en una tormenta de nieve.

La tristeza verde es la tristeza vestida para la graduación, es la tristeza de principios del verano, de las tostadoras relucientes cuando salen de sus cajas, de la mesa puesta para una fiesta, del olor a frutillas frescas y asados jugosos a punto de ser devorados; es la tristeza de lo no percibido, es la que no se siente y rara vez se expresa, excepto en ocasiones por bailarinas de polka y nenas que, imitando a sus abuelas, deciden quién se quedará con su conejito cuando se mueran. La tristeza verde no pesa más que un pañuelo sin usar, es el silencio fúnebre de los huesos bajo la alfombra verde de pasto perfectamente cortado sobre la que los novios caminan con alegría.

Volverse invisible: una entrevista con Mary Ruefle, por Caitlin Youngquist (The Paris Review)

Cuando hablé por teléfono con Mary Ruefle recientemente, acababa de mudarse a una casa nueva y había pasado la mañana poniendo tornillos en la parte trasera de un espejo. “Tenía la caja de herramientas afuera y uno de los tornillos estaba defectuoso”, me dijo, “así que tuve que encontrar otro y fue interminable… Este tipo de cosas requiere dos personas, pero lo hice yo sola”. Es una afirmación muy similar a muchas en su nueva colección, My Private Property, una mezcla de ensayos, cuentos y poemas en prosa, donde los objetos pequeños suelen convertirse en vehículos para reflexiones profundas. Ruefle, más conocida por su poesía, comienza muchas de sus obras así: reflexiona sobre cosas ordinarias como llaves o nubes, bufandas amarillas o lápices de golf, hasta que esas descripciones se despliegan y dan lugar a meditaciones existenciales más amplias sobre la tristeza, el aburrimiento, el lenguaje, las nanas o la autonomía en la vejez. Nuestra conversación fue así también, siempre desenrollándose hacia alguna observación sorprendente.

Trabajar con Ruefle es disfrutar de los placeres de otra época; rara vez usa una computadora. Le envié por correo la transcripción de nuestra entrevista, y ella la devolvió llena de garabatos en tinta roja y marcas de máquina de escribir. La última página había sido quemada por un cigarrillo encendido, dejando una pequeña marca circular en el margen derecho con un halo rancio a su alrededor, rematando, con gran fuerza simbólica, el final de nuestra conversación.

-Entrevistadora (E): En tu poema “A Half-Sketched Head” escribiste: “Si fuéramos termómetros, nadie querría tener treinta; todos querrían tener setenta y ocho”. Mi propiedad privada vuelve a este tema de envejecer y abrazar la vejez. En “Pause”, tu ensayo sobre la menopausia, hablas de un sentimiento que muchas mujeres experimentan con la edad: el de volverse invisibles, cada vez más fantasmas porque ya no se nos percibe como antes. Pero te detenés en esto: “ser invisible es el secreto más grande del mundo, el regalo más maravilloso que alguien te podría haber dado”. ¿Qué querés decir con eso?

-Ruefle (R): Bueno, temáticamente, envejecer y la muerte se convierten en lo mismo para los escritores, y muy a menudo se pierde a los lectores jóvenes porque ya no te interesan las cosas que a los jóvenes sí. El tiempo de la exuberancia, de la energía, de la curiosidad y actividad infinitas dentro de una obra, eso desaparece y todo se vuelve agridulce. Pero esto de volverse invisible… todas las mujeres hablan de ello. Hay un período de transición tan desconcertante que una se siente confundida y horrorizada, no podés agarrarlo, pero pasa. Lo soportás, sos paciente, y se desvanece. Y entonces accedés a un nuevo tipo de autonomía que simplemente no tenías cuando eras joven. No la tenías cuando tus padres estaban vivos, no la tenías cuando eras una mujer para ser vista. Es una autonomía y libertad total, y te volvés una persona mucho más fuerte. Ya no le debés nada a nadie. Para mí, fue un camino para soltar la necesidad de complacer a alguien—padres, hijos, parejas.

Los hombres no se vuelven invisibles del mismo modo. Hay una diferencia de poder entre hombres y mujeres, y sé que estoy usando una fórmula arcaica, pero pertenezco a otro siglo. Durante mucho tiempo, el poder masculino se basó en la acumulación de riqueza o experiencia, y la experiencia era algo que cualquier hombre podía tener. El poder de la mujer, en cambio, se basaba en la belleza física, en la capacidad de tener hijos. Así que, mientras el hombre envejece y gana poder, la mujer lo pierde, o al menos así lo siente. Si volvés a este paradigma—que entiendo que a algunas personas les parezca anticuado—vas a ver que todavía hay fragmentos de él por todos lados.

-E: ¿Esta “invisibilidad” ha afectado tu escritura?

-R: Creo que siempre hay una cierta cantidad de invisibilidad al escribir. Estás sola en una habitación, nadie está mirando por encima de tu hombro. Cuando era joven, escribir era el único espacio invisible que tenía, y eso me hacía muy feliz, porque podía volverme invisible escribiendo. Todavía me siento así, salvo que ahora hay mucha menos diferencia entre mi vida interior, creativa, y mi vida exterior que cuando era joven. ¡Y eso es algo alegre!

-E: Llevás más de treinta años siendo poeta. ¿También estuviste escribiendo prosa todo este tiempo?

-R: Sí, siempre escribí estas piezas, pero las sacaban de los libros porque no encajaban. Hoy nadie se sorprendería, pero mi primer libro de poemas se publicó en 1982 y la prosa simplemente no “funcionaba”, así que las guardaba. Cuando salió mi primera colección de prosa, The Most of It, en 2008, incluía textos escritos en 2005, 2006, 2007, pero el más antiguo era de 1975. No es un libro grande, así que no es que las escribiera frenéticamente, pero a medida que surgían, las ponía en la carpeta de prosa. Uno de los textos, “Beautiful Day”, lo encontré en una carpeta en el piso. Estaba escrito a mano, porque siempre escribo a mano primero, y dije: ¿Qué es esto? ¿Cuándo escribí esto? ¿Cómo llegó acá? No lo recordaba. Lo empecé a leer y me gustó un poco, así que lo mecanografié. Y si no podía leer mi propia letra, simplemente ponía frases nuevas. Recuerdo que me hizo muy feliz porque pensé: Esto es divertido, no tengo que escribir nada. ¡Ya está acá en una carpeta, hecho!

-E: “Mi propiedad privada” es solo tu segunda colección de prosa. ¿El proceso de escritura es muy diferente del de la poesía?

-R: Bueno, siempre es distinto. No tengo ideas cuando escribo un poema, y los poemas no tienen una intención real—¿debería decir tal cosa? Me llevaría sesenta páginas explicar lo que quiero decir… Pero para los textos en prosa, tengo carpetas con temas, ideas, experiencias sobre las que quiero escribir. No sé a dónde va a ir el texto, pero pueden estar basados en cosas. Los textos en prosa tienen ritmos distintos, y los visualizo con márgenes justificados a la derecha. Es diferente porque la prosa es un lenguaje público, y la poesía es un lenguaje privado. Y todas las personas en el mundo que tienen la suerte de poder hablar, hablan en oraciones—también en fragmentos, pero muchas veces en oraciones completas. Los estándares del discurso público son muy diferentes a los de la poesía.

Los poemas son mi vida interior, tómalo o déjalo. No me importa particularmente lo que el lector piense porque simplemente no estoy invertida en la respuesta de los demás a mi vida interior. Con el discurso, con la prosa, es mucho más aterrador. Hay algo en su naturaleza que la vuelve más abierta, más externa, y está en intercambio con otro. Soy un manojo de nervios cuando escribo prosa, y no lo soy en absoluto cuando escribo poemas. Cuando escribo un poema, nunca se me ocurre que alguien lo va a leer. Me llevó toda una vida superar el hecho de que hay personas que leen mis poemas. Al principio era como: ¿Cómo lo viste? ¿Dónde lo leíste? Olvidaba que había salido en alguna revista. Es como si dejara de existir una vez que lo escribí. Siempre me sorprende que la gente lea poesía, aunque yo la leo, la amo, y es mi vida. Pero no me sorprende que la gente lea prosa. Así que tengo la expectativa de un lector, de un oyente, cuando escribo prosa, que simplemente no tengo cuando escribo un poema. Cuando escribo un poema, lo hago para mí, para los muertos y para Dios—¡ninguno de los cuales existe!

-E: Publicamos dos textos de Mi propiedad privada en nuestra edición de primavera como poemas: “Milk Shake” y “The Woman Who Couldn’t Describe a Thing if She Could.” Pero cuando revisamos las ediciones, me dijiste que no los considerabas poemas.

-R: Oh, no me importa cómo los llame la gente. En el nuevo libro, en mi mente, hay ensayos, cuentos y poemas en prosa. Un ejemplo de ensayo sería “My Private Property”, el que da título al libro. Un poema en prosa, “Lucky”. Y un cuento, “The Gift”. Pero ya sabés, ¡qué importa!

-E: Hay escritores a quienes sí les importa mucho.

-R: Sí, tenés toda la razón. A algunas personas les importa desesperadamente. Algunos hacen cursos enteros sobre ¿Qué es un poema en prosa? Pero honestamente, no me interesa. Mi interés en trazar líneas entre géneros y encontrar definiciones claras para estas cosas es muy… bueno, siendo franca: no me queda suficiente tiempo en esta tierra para ocuparme de eso. Así que para mí, si escribo algo y tiene versos, es poesía. Si no tiene versos, es prosa. Leo ficción, no ficción y poesía, y amo todo por igual. No puedo separar mi amor por los campos abiertos de mi amor por los bosques profundos.

-E: El ensayo que da título al libro trata sobre una niña que falta a la escuela una y otra vez para pararse frente a una cabeza reducida en el Museo del Congo, una con la que admite haberse enamorado. ¿Esa niña sos vos?

-R: Oh sí, ¡cada palabra es cierta! Me enamoré de un objeto en un museo, esta pequeña cabeza, y volví una y otra vez y otra vez, y este era el objeto frente al que quería estar, del mismo modo en que alguien puede enamorarse de una pintura. Mis recuerdos son tan fuertes, pero lo que me asombra es que había olvidado este por completo. Nunca había escrito sobre él hasta ahora, y no recuerdo cómo volvió a mí. Es una fuente de asombro infinito cómo ese momento en el Museo del Congo, cuando tenía dieciséis años, resurgió a los sesenta y cuatro, cuando estaba escribiendo. Tardó todo ese tiempo en incubarse. Eso es lo que me encanta de la escritura: cómo las experiencias del pasado pueden incubarse durante décadas y luego aparecer de repente. Puede ser un recuerdo, una imagen, una experiencia, una idea—¡vuelven! Esta experiencia fue tan poderosa que debería haber sabido—era demasiado joven—, pero debería haber sabido que iba a volver. Cualquier cosa tan poderosa incuba y regresa. Hay innumerables ejemplos en poemas, en cosas que estuvieron dormidas pero luego estallan. La cabeza reducida es un ejemplo perfecto, y creció hasta convertirse en ese ensayo.

-E: Además de esa cabecita, has escrito en “Mi propiedad privada” y en otros textos sobre muñecas, sobre el cuento de Clarice Lispector “La mujer más pequeña del mundo”, y el epígrafe del libro es de “Memoirs of a Midget”, de Walter de la Mare. ¿Se puede decir que admirás la miniatura?

-R: Me encantan las muñecas—la idea de las muñecas, lo que escribió Rilke sobre las muñecas. Son pequeños seres humanos falsos. He visto una imagen de la forma humana más antigua hecha de arcilla en las islas británicas, pero estoy pensando en cuando comenzaron a ser algo que se le daba a un niño. Son esenciales. Están ahí cuando aprendés a relacionarte con otros desde muy joven. Y cuando jugás, hay un intercambio psicológico profundamente importante ocurriendo. Lo importante—y lo escribí en Madness, Rack, and Honey—no es cuando el niño le habla por primera vez a la muñeca, sino cuando la muñeca le responde. Ese es un salto enorme, cuando la muñeca tiene una voz que contesta, cuando entra en diálogo con el niño, y muchas veces lo hacen. Ese es el gran momento. Así que sí, amo lo miniatura. No soy inmune a los placeres de las cosas pequeñas y de un mundo reducido. Ahora mismo estoy en proceso de mudanza, desempacando, y hay muchas, muchas cosas grandes que tengo que hacer. Tengo que poner cortinas, colgar cosas, armar estantes—¡tengo que hacer todo eso! Y todo el tiempo lo que realmente quiero hacer es abrir las cajas con las cosas diminutas, sacarlas y pasar horas acomodándolas. Eso es mi postre.

-E: Muchos de estos textos empiezan de manera sencilla, pensando en cosas pequeñas—luces de Navidad, el suelo, migas—pero se despliegan en meditaciones existenciales, y cada uno parece amasar una verdad inefable. Al leer este libro, siento una cercanía hacia vos, como si me estuvieras contando los secretos del mundo—al menos del tuyo.

-R: Bueno, eso es interesante porque ¡no revelo secretos! Pero entiendo lo que querés decir, ahora que lo pienso un poco. Soy una persona profundamente reservada, si no, no escribiría poemas. Así que quizás sea esa persona privada usando un lenguaje público lo que estás sintiendo. Pero no vas a encontrar mucho de mi vida personal en mi obra. No lo vas a encontrar en los poemas ni en la prosa, pero sí vas a encontrar mi vida interior. Y esa es nuestra vida más profunda, nuestra vida secreta—nuestra vida invisible. Y ahí estamos de nuevo, con la invisibilidad. Cuando te volvés invisible, te convertís en tu vida interior—y eso es maravilloso—porque tu vida física, exterior, ya no está, y estuviste toda la vida esperando que eso pasara. Estar viva sin un cuerpo—¿no es ese el más allá con el que todos sueñan?

Recuerdo haber leído, cuando era joven, una crónica sobre los hermanos Goncourt y cómo, ya mayores, hablaban en cafés solo sobre dolencias físicas, y yo ponía los ojos en blanco. Ahora lo entiendo. El cuerpo se convierte en el tema de los temas. El deshilacharse del cuerpo lleva a contemplaciones grandiosas al mismo tiempo que lleva a lo cotidiano, a los dolores de cada día. Es la más bella y desgarradora de las paradojas. Es la vida.

Caitlin Youngquist , The Paris Review (2016).

Mary Ruefle

Mary Ruefle nació en 1952 en Pittsburgh (EEUU). Ha publicado once colecciones de poesía, entre las que se destacan Trances of the Blast (2013), The Most of It (2008), y The Adamant (1989), que obtuvo el Iowa Poetry Prize. También es autora de la colección de ensayos Madness, Rack y Honey (2012). Ha recibido numerosos premios, entre ellos el Whiting Award (1995), el William Carlos Williams Award (2011) y el Robert Creeley Award (2014). En 2008, Z&G publicó su libro de poemas Por qué no beso bien.