Heliopausa

Heather Christle

pequeñaslabores

Buenos Aires – 2022

134 p.; 21 x 14 cm.

Traducción: Ezequiel Zaidenwerg

Prólogo: Angela Segovia

ISBN 978-987-8320-25-0

Te dejan un mensaje

                                         Para Arda Collins

Lo que quieren decirte
es que te pusiste el corpiño equivocado
para tu silueta y situación
Tal vez ésta ni siquiera sea tu vida
y en medio de mis pensamientos
te digo esto una mosquita de la fruta
empezó a perseguirme por la casa
como si fuera su mamá o al revés
o como si ella fuera la mía
todo siempre es al revés y la casa
se incendia en algún momento
de la simultaneidad y yo la dejo
para comprarme todo lo que voy
a devorar y lo que no

Querida Heather, prólogo de Ángela Segovia.

Mi nombre es Ángela. Quizás este texto debería empezar así. Ya que es una carta a Heather y ella no me conoce. Quizás me gustaría que ella me conociera un poco, que supiera mi nombre y que durante el verano de 2022, sobre todo durante el mes de agosto, estuve leyendo su libro Heliopausa. Heather, voy a dirigirme a ti. Todo el verano este libro tuyo ha estado rondándome. Más bien yo lo rondaba a él. Lo leía por las noches cuando mi bebé me despertaba. Yo volvía a dormirle y entonces me escabullía al baño y me ponía a leer tus poemas. A veces me quedaba leyéndolos en la cama, al lado del bebé. Ahora mismo es de noche y estoy en el cuarto de baño escribiendo estas palabras para ti. Se me hace raro pero pensaba que te conocía un poco, aunque los poemas me han parecido agradablemente crípticos. Crípticos en su justa medida, diría. Femeninos y misteriosos. Hace mucho que me pregunto qué es eso de lo femenino, si existe en realidad. Si existe de verdad lo de ser mujer. Cuando leía tus poemas me parecía que una mujer los había escrito. Me quería parecer a ti. A mí sólo me sale ser niña. Es de lo que me quejo todo el tiempo este verano. Que cuando escribo sólo me sale ser niña. Por eso creo que me ha gustado tanto la elegancia con la que tus poemas se difuminan en haces femeninos, altamente femeninos. Me gustaba sobre todo que me parecían muy inteligentes y que a la vez, muy seductoramente, se negaban a darme conocimiento. El conocimiento se desgajaba, se rompía delante de mis ojos. Cuánto me gusta eso, Heather. Te lo agradezco mucho. Hoy me preguntaba si acaso lo que somos, nuestros actos, nuestros actos de escritura, sean sólo síntomas de nuestro carácter y en buena medida síntomas de nuestras patologías y en buena medida consecuencias de nuestras cadenas memorísticas de adn. Bueno, puede que lo sean. Sin embargo, a veces, cuando escribimos un libro, o cuando lo leemos, nos parece encontrar un sentido a todo eso, a todos nuestros actos, nuestros actos de escritura. Me gusta mucho cómo lo has resumido tú con la palabra Heliopausa. Me gustaría preguntarte cuándo apareció esa idea, la idea de la Heliopausa. Es justo eso, ¿no? Tu racimo de síntomas, o bien, tu racimo de sentido. Lo explicaré un poco mejor, ya que esta carta, no sólo es para ti. La Heliopausa es el límite de la influencia del sol. Hay más detalles, pero quizás no nos hagan falta, podemos imaginarlo ya todo desde aquí. Podemos imaginar el límite entre el calor del sol y el frío del espacio exterior, podemos imaginar el límite entre la luz y la profunda oscuridad. Podemos imaginar el límite entre la sujeción magnética de los cuerpos celestes y lo que sea que sucede más allá de esa sujeción, quizás otras sujeciones que bailan disgregadas por el universo. Así es el lenguaje, en cierto modo, para ti. O eso me ha parecido entender. El lenguaje que está hecho de trozos, que son letras. Tal y como el universo está hecho de trozos de materia, de ruinas de materia, las ruinas del Big Bang, de una gran destrucción. Es decir, el sol es un cuerpo celeste que con toda su fuerza magnética gravitatoria pone en órbita un sistema que parece tener sentido y que más allá de sus confines parece perderlo. Y tú has querido ponerte a escribir justo en esa línea. Qué seductor me parece. También se puede pensar esta frontera como la línea que separa la vida de la muerte, como en el poema en el que hablas con Neil Armstrong a partir de fragmentos de las grabaciones de las conversaciones durante el alunizaje.
La contundencia del confín sumado a la ligereza con que algo pierde su identidad, su ser, su concreción. La brutalidad de un fin sumado a la levedad con que las cosas finalmente se desprenden para dejar de ser. Me imaginaba todo el tiempo las flores como si fueran galaxias y las moscas que rondan al cadáver que van y vienen, como pequeños asteroides. Y Neil no ha ido a la luna sino que ha ido a la muerte.
Los trozos de ruina que resultan de una destrucción siempre contienen una especie de oro. Es así, es algo que ya descubrió Basinski. Es algo que se reconoce muy bien en este libro. Ese oro, el oro del lenguaje, es la posibilidad de la remagnetización, de la comunicación a pesar de la destrucción y de la ruina, o incluso gracias a ellas. Pero, ¿cuál es la fuerza que conduce estas remagnetizaciones? Me sorprendí mucho cuando llegué a la parte de las cartas. De pronto, todo el libro viraba sobre sí para ir a otro lugar. Salíamos del manantial de meteoritos. Algo así. Pero a dónde íbamos… No lo sabía. Seguí leyendo esos poemas. Unos poemas que eran cartas, las cartas a «Seth». Ese Seth, me dijo mi esposo, ¿se refiere al dios egipcio? Yo no tenía ni idea de que hubiera un dios egipcio llamado Seth. No, no tiene nada que ver con un dios, le dije, es sólo un amigo suyo, su amigo Seth. Le cuenta cosas. Y entonces, en esos poemas hay cosas que se pueden entender según los códigos de un lenguaje comunicativo más ordinario. Unos poemas «cotidianos». En los que las flores son, ya sabes, flores, lo que se conoce como flores en esta dimensión. Y así, poco a poco, salíamos del manantial de meteoritos para entrar en un túnel de una sola dirección, Seth, quien quiera que sea, y me di cuenta, al cabo, de que probablemente esos poemas «cotidianos» eran la clave del libro. Su fuerza magnética. Que no era otra cosa que la fuerza de la correspondencia. ¿Puede ser? Tal vez sea cosa mía, pero, ¿qué puede desatar verdaderamente el caos alfabético y ordenarlo en nuestro interior de forma furiosa, si no es la necesidad comunicativa que hay detrás de cualquier carta? ¿Qué necesidad comunicativa hay más urgente que la de hablar a alguien con quien necesitamos contactar? Muchas veces lo he experimentado. Esa necesidad. Esa urgencia. Y he asistido a la forma en que del caos interior emergía el lenguaje, ordenado de la forma más absurdamente precisa. Trozos de memoria lingüística que se encajan como por arte de magia tirando de nuestras células, las nuestras y las de las personas a las que se dirige nuestra escritura. Eso pasa con los poemas a Seth, según me parece. Despliegan una fuerza de concentración que después (y antes) se estira, se pierde, y que así, perdiéndose, llega justamente a donde tenía que llegar. A su confín. Sin lástima. Sin ninguna pena. Con un dejarse ir. Un abandono enérgico hasta el final. Sí, un abandono enérgico. Algo como eso es lo que quizás me había parecido altamente femenino, admirablemente femenino, en tus poemas, Heather. Es hermoso poder dejarse llevar por una fuerza que nos arrastra y darse cuenta de que nosotras somos esa fuerza que nos arrastra. Es hermoso que el lugar al que vamos sea precisamente el lugar en el que nos perdemos, y que la fuerza que nos impulsa sea precisamente la que nos agarra para que no nos perdamos. ¿Puede que el libro trate de esto? No lo sé, probablemente me lo he imaginado, pero me lo he imaginado en su compañía. Lo que, tal vez, ya es algo, ya dice algo de él. Ahora me imagino que esa palabra, femenino, se recarga de un sentido atrozmente nuevo, vivo, para mí, para nosotras. Feroz y enérgico abandono, tensado hacia su origen. Esto es solo una sensación. Bueno, no sé, creo que ya no tengo mucho más que decir. Son las cinco y veintiséis de la mañana. Se escuchan los zumbidos de los electrodomésticos pero todavía no el llanto del bebé, que sigue dormido. He de confesar que antes no me despertó él, sino una horrible pesadilla. Pero ahora, parece que la haya conjurado. Se ha ido dulcemente al olvido y gracias al bello ejercicio de la correspondencia, ya no me siento sola en la noche. Ya no tengo miedo. Y para ti, bella lectora, deja tú también que se vayan las letras de la Heliopausa, que se vayan fieramente hacia tu pausa, donde el sentido todavía prende, y el significado ya no importa

Ángela (Segovia), Las Navas del Marqués,
28 de agosto de 2022.

Heather Christle

Heather Christle nació en Wolfeboro, New Hampshire, en 1980. Es autora de cuatro libros de poesía: The Difficult Farm (2009), The Trees The Trees (2011), ganador del Believer Poetry Award, What Is Amazing (2012), Heliopause (2015) y una obra de no ficción, The Crying Book (2019). Sus poemas han aparecido en The New Yorker, London Review of Books, Poetry y muchas otras publicaciones. Heliopausa es su primer libro publicado en la Argentina.