Buenos Aires – 2024
138 p.; 21 x 14 cm.
Traducción: Daniel Lipara
ISBN 978-987-8320-41-0
El Lenguaje— murió otra vez el 3 de agosto de 2015 a las 7:09 a.m. Me enteré que mi madre tenía noches difíciles. Puse a alguien de noche. Para cuando llegaba yo, se había ido. La persona de noche tenía nombre pero era como un fantasma que me dejaba cartas en los labios. Le falta el aire, 2:33 a.m. Grita, 3:30 a.m. Tranquila, 4:24 a.m. Me arrodillé, traté de recoger las cartas como un niño que busca huevos de Pascua sin canasto. Pero por cada carta que recogía, se me caía otra como protestando por la simplificación exagerada de la muerte de mi madre. Yo quería que la persona de noche escribiera en un lenguaje que yo pudiera entender. Respiración en despliegue, 2:33. Respiración en aspas, 3:30. Respiración como un vestido de noche, 4:24. Pero tal vez me equivoque, quiero decir, la muerte simplemente es muerte, y cada cual es un poquito distinta a la que sigue, pero el golpe final siempre es el mismo. Quiero decir, la piel responde a un vestido de novia de la misma manera que responde a la lluvia.
Deshojar el corazón de la muerte, aferrar el lenguaje de la vida, por Yu-Hsuan Wu (Independent Book Review)
La muerte de un ser querido echa raíces en nosotros, respira nuestra pena, envuelve fuertemente la memoria y estrangula la sangre. ¿Cómo vivir con una parte de nosotros ya muerta? Ante el derrame cerebral de su padre y la muerte de su madre, la poeta asiático-estadounidense Victoria Chang condensa el inmenso duelo, el vacío y la paz y pasión de la existencia en obituarios con forma de ataúd en su colección de poemas de 2020, Obit.
Toda la colección está compuesta de obituarios. Cada página presenta al centro un formato que imita el obituario periodístico: enumera al difunto, la fecha y lugar del deceso, y la causa de muerte. Los textos varían entre 110 y 180 palabras. Victoria Chang llora la muerte de 55 cosas: el lóbulo frontal de su padre, el contestador, los pulmones de su madre, los secretos, el doctor, los dientes de su madre, el apetito, la lógica, el ayer, el árbol en maceta favorito de su madre, la cortesía, el futuro, el vestido azul, América…
El objeto de cada obituario es también la forma en que Chang aborda su historia personal y compartida con los demás: un proceso dialéctico de poder donde ambas partes se esculpen mutuamente. Por ejemplo, el obituario dedicado al “Lenguaje”:
El Lenguaje— murió otra vez el 3 de agosto de 2015 a las 7:09 a.m. Me enteré que mi madre tenía noches difíciles. Puse a alguien de noche. Para cuando llegaba yo, se había ido. La persona de noche tenía nombre pero era como un fantasma que me dejaba cartas en los labios. Le falta el aire, 2:33 a.m. Grita, 3:30 a.m. Tranquila, 4:24 a.m. Me arrodillé, traté de recoger las cartas como un niño que busca huevos de Pascua sin canasto. Pero por cada carta que recogía, se me caía otra como protestando por la simplificación exagerada de la muerte de mi madre. Yo quería que la persona de noche escribiera en un lenguaje que yo pudiera entender. Respiración en despliegue, 2:33. Respiración en aspas, 3:30. Respiración como un vestido de noche, 4:24. Pero tal vez me equivoque, quiero decir, la muerte simplemente es muerte, y cada cual es un poquito distinta a la que sigue, pero el golpe final siempre es el mismo. Quiero decir, la piel responde a un vestido de novia de la misma manera que responde a la lluvia.
“Lenguaje” aparece como objeto de mirada, y Victoria Chang se concentra en “cómo se rompió la relación entre el lenguaje y yo.”
En casi cada obituario describe un momento fatal: el intento inútil de los vivos por enfrentar el destino. Los detalles asfixiantes de la vida arañan su corazón. Siente dolor. Intenta restaurar la dignidad y el peso de la vida, pero siempre termina aprendiendo de la muerte: lo “poético” no puede cambiar las heridas que deja la muerte.
El formato del obituario —aparentemente poco poético— se convierte en un camino guía para liberar la emoción. Un corazón turbado y desordenado necesita algo así: sequedad, frialdad, contención y franqueza. Esta limitación formal abre una nueva libertad de escritura, que dota de giros insólitos a las narrativas planas, y conserva las huellas complejas del enojo, el resentimiento, la paranoia, la dependencia y el perdón frente a la muerte.
Victoria Chang ya no se ilusiona con la muerte, no busca redención ni rechaza las cicatrices. Cada obituario parece preguntar: ¿yo, que he sobrevivido, he muerto también con el muerto? Pero al mismo tiempo, mis hijos siguen creciendo… Entonces, ¿cómo sobrevivimos con esperanza bajo la sombra de la muerte? ¿Cómo la muerte y la vida de un ser amado obligan a que el amor nazca del miedo?
“El amor” es la búsqueda sin fin, la inclinación perpetua hacia la comprensión. Como escribe en “Los dientes de mi madre”:
“Yo solía pensar que las palabras de los muertos se morían con ellos. Ahora sé que se esparcen, que buscan adherirse a un sentido, como un perfume. Mi madre solía juntar flores de azahar en un cuenquito. Todas las primaveras paso junto a ese árbol. Siempre supe que el dolor era algo que podía oler. No sabía que, en realidad, no es un sustantivo, sino un verbo. Y se mueve.”
La portada del libro muestra una foto de Victoria Chang y su propio obituario, lo que subraya la intensidad e inquietud de su escritura: su luto también le ha dado muerte, y es en estas cosas pegajosas de la memoria donde traza el dinamismo de la vida, para encontrar significado, y con ello, la fuerza para comprender y definir.
El primer poema de Obit parte de la muerte del lóbulo frontal de su padre tras el derrame cerebral y desemboca en la proposición central del libro: una persona puede no estar muerta, pero todas sus palabras sí.
La afasia post-ACV impide emitir frases completas con sentido. Aunque abra la boca, solo escupe palabras rotas; decir “te amo” se vuelve “doblar el jugo.” El padre del derrame no puede revelarse mediante el lenguaje. Se produce una grieta entre el mundo y su existencia. ¿No es ese también el estado de escisión en el que cae Chang tras la muerte de su madre? La afasia no es un problema lingüístico, sino la pérdida de la capacidad de conexión consigo misma y con el mundo. La afasia de su padre es también la suya:
“Como si visitara a su yo pasado en prisión, tocando con la mano el cristal que lo separa de su reflejo.”
Agotar los límites de la expresión para describir la muerte y acercarse a ella es el núcleo espiritual de estos poemas. A Chang no le asusta que la descripción distorsione o reconstruya lo real; las palabras nacen una por una y la imagen se desvanece poco a poco. Tampoco le teme a esa paradoja. Señala con agudeza cómo la retórica cotidiana ahoga el peso emocional, o, absurdamente, lo salva en momentos de colapso.
Entre los obituarios extensos y pesados, a veces inserta tankas dirigidos a sus hijas: soplos de aire leve y cálido:
“A veces, lo único / que tengo son palabras. / Si escribo, pasan /de rezos a animales. / Otros pueden cazarlos. // No necesitan /nada de mí, ya tienen / todo: la luna, / una herida en el lago”
En el centro del libro hay 12 páginas con poemas largos y palabras fragmentadas llenas de espacios en blanco. Desde la estructura general, estos murmullos libres y desordenados son como el corazón del libro, sosteniendo la simetría de los obituarios.
Estos poemas largos no tienen puntuación. Verso tras verso avanza desde el borde izquierdo hasta el otro extremo de la página. Palabras dispersas ocupan el espacio, separadas por silencios y pausas, como si rehusaran formar significado.
Cada obituario ocupa poco espacio, pero está cargado de emoción, experiencia, reflexión y asociaciones poéticas, mientras que los poemas largos, que llenan la página, atacan el sentido desde el vacío. Victoria Chang lucha con los espacios en blanco y la afasia para recuperar su voz. Cada palabra es una lucha por emerger del silencio. Escribir y ubicarse no es fácil, ni siquiera coherente. El sentido nace lleno de grietas.
Los tres registros del libro —obituarios, tankas y poemas largos— corresponden también a tres niveles emocionales distintos.
El obituario se entrecruza con preguntas:
“¿Es el lenguaje la escoba o aquello que se barre? ¿En qué momento una gota de lluvia acepta caer? ¿Cuando la nube empieza a ceder o cuando el suelo la atraviesa y rompe su forma? Me pregunto quién la alzó hacia el fuego. Me pregunto qué sonido hizo el cuerpo al arder.”
Esta es la pregunta de Chang como hija. No importa tanto el contenido de la pregunta como su actitud: una mirada infantil que intenta entender el mundo y a sus padres.
El tanka ofrece advertencias contundentes: “La esperanza, / hijas, es una falda / azul que gira / y gira, y que a los hombres / les encanta arrancar.” “Hijas, acuérdense: / déjenme ir, borren mi / número, guarden / el de los árboles. / Los limones contestan.”
Aquí es Chang como madre quien habla. Con la fuerza del mandato poético, abre posibilidades de vida para sus hijos.
A los padres les lanza la incertidumbre; a los hijos, les ofrece certeza.
Su voz íntima —como poeta huérfana— es ese poema largo en el corazón del libro. No hay preguntas exigentes, ni advertencias. Solo susurros dispersos y sin restricciones. Ya no sujeta por los roles familiares, puede permitirse estar rota, desenfocada, fluida, vacía.
Es difícil no notar que el primer epígrafe de Obit es una cita de Shakespeare, “Dadle palabras a la pena” (Macbeth), lo que deja clara la motivación emocional que impulsa esta escritura. Pero quizás sea el último poema el que mejor señale hacia dónde quiere llegar la obra de Chang:
Desentierra todas las formas y significados de la muerte, les da nuevos nombres y nuevos descansos. Cuenta las muertes desconocidas de su vida. La muerte dentro de la muerte y la nueva vida que brota desde la muerte son temas centrales.
Si la tristeza fue el punto de partida, la esperanza es lo que la escritura quiere dejar atrás. Al anotar la hora de muerte de cada cosa, también marca el momento en que termina su relación con ellas. Y en ese instante, recupera su libertad.
Libre de madre, secreto, memoria, tiempo y lenguaje, ya no está atada a ellos. Victoria Chang se convierte en huérfana, y el libro de duelo se transforma en un libro de libertad. El amor y la esperanza nacen de las cicatrices de la muerte. Ella sabe que los muertos son imagen del viento. Y que cuando se peinan, nuestros árboles susurran.
Yu-Hsuan Wu, (Independent Book Review, 2022)
Victoria Chang
Victoria Chang (Detroit, 1970) es una poeta, crítica y editora estadounidense. Ha publicado el ensayo lírico Dear Memory: Letters on Writing, Silence, and Grief (2021) y los libros de poesía Circle (2005), The Boss (2013), Barbie Chang (2017), Obit (2020), The Trees Witness Everything (2022). Ha recibido múltiples distinciones entre las que se destacan el PEN Center USA Literary Award, el California Book Award, el Los Angeles Times Book Prize.
Obit es su primer libro traducido al español.
