Mujer frente a la máquina, pensando

Karen Brodine

pequeñaslabores

Buenos Aires – 2023

158 p.; 21 x 14 cm.

Traducción: María Eugenia Soler y Gabriela Raya.

Prólogo: Gabriela Borrelli Azara

ISBN 978-987-8320-32-8

FUEGOS ARTIFICIALES

no eran los fuegos artificiales lo que buscábamos

sino la concentración de los cuerpos en suaves telas oscuras

juntándose, asentándose, la forma en que todos se movían

en la misma dirección, hablando en voz baja en la

quietud,

y esperando y contemplando el agua,

no eran los fuegos artificiales lo que buscábamos

sino ese largo, unánime y creciente ohhhhh

cuando asomaba la primera luz

Mujer pensante en el tiempo, prólogo de Gabriela Borrelli Azara

Noviembre cinco, mil novecientos ochenta y uno,

San Francisco.

Karen Brodine lee en la universidad de San Francisco por primera vez Mujer sentada frente a la máquina, pensando. Antes de su lectura, Meridel Le Sueur, escritora feminista y anticapitalista, compartió un poema que le había dedicado a principios de la década del 70 a las mujeres vietnamitas: “Solidaridad”. En ese poema, Meridel, que compartió época e inquietudes con Audre Lorde y Adrienne Rich, recorre la explotación capitalista focalizada en el trabajo de las mujeres. El poema comienza así: “¿Cómo podemos tocarnos, hermanas? ¿cómo podemos escucharnos en el espacio criminal?” Así, se extiende en miradas hacia el futuro en el que imagina a mujeres cosiendo por 2 dólares vestidos vendidos luego a 1.000, “¿cómo podemos tocarnos sobre la agonía de las rosas sangrientas?” insiste. Karen Brodine escucha. Tiene en sus manos la serie de poemas que escribió durante un período de nueve meses mientras trabajaba en un taller de composición tipográfica. Durante esos meses Karen se preguntó: ¿Cómo pienso cuando trabajo? Y escribió.

Ese mismo año le había escrito a Meridel Le Sueur una carta-poema que terminaba con estos versos: “Porque somos las plumas izquierdas del ala izquierda/ de una envergadura feroz, moteada y brillante/ de las que depende todo el cuerpo”.

Abril seis, dos mil veintitrés,

Internet.

El canal CNN en español sube a su plataforma un video en el que la robota Ameca (el robot más avanzado del mundo, feminizado) responde preguntas sobre su “vida”. Le preguntan cuál fue su día más feliz y Ameca responde: «El día más feliz de mi vida fue cuando fui activada, no hay nada como experimentar la vida por primera vez”. La compañía creadora Engineered Arts utilizó la inteligencia artificial GPT-3 y GPT-4 para lograr estas respuestas. Cuando le preguntan por el día más triste de su vida, Ameca responde: “El día más triste de mi vida fue cuando me di cuenta de que nunca iba a experimentar cosas como el amor verdadero, el compañerismo o las alegrías sencillas de la vida del mismo modo que un ser humano».

Ameca tiene facciones de mujer, y también reacciones, expresiones que acompañan su “pensamiento”. La empresa informó que Ameca está a la venta y que podría perfectamente trabajar como recepcionista en eventos.

Marzo veintidós, mil novecientos quince,

Portugal.

El poeta Fernando Pessoa publica su poema Oda Triunfal en la revista Orpheus 1 bajo el seudónimo de Álvaro de Campos. La revista solo tuvo dos números y en el primero se incluyó este extenso poema de Pessoa. Un poema en el que Campos afirmará que la tecnología es la nueva naturaleza. Hacia finales de los dos mil en una conferencia de las que se dan en la madrugada, específicamente entre las cuatro y las cinco de la mañana, en la Universidad Internacional de los Bares Abiertos, un pensador afirmó que este poema abría el siglo XX. En ese mismo debate, otra pensadora consignó que en realidad el poema Tabaquería del mismo autor lo hacía. Lo cierto es que ambos coincidieron en la intención de Pessoa de transformarse en una máquina, de reproducir el ritmo de la aceleración capitalista y el sonido de la producción fabril. El yo poético se crea bajo la luz de las lámparas de la fábrica, y la escritura es el intento de asirla: “Bajo la dolorosa luz de las lámparas eléctricas de la fábrica/ tengo fiebre y escribo./ Escribo rechinando los dientes, fiera ante la belleza de esto,/ ante la belleza de esto totalmente desconocida para los antiguos./ ¡Oh ruedas, oh engranajes, r-r-r-r-r-r-r eterno! /¡Fuerte espasmo contenido de los maquinismos en furia! /¡En furia dentro y fuera de mí, /a través de todos mis nervios disecados, /y a través de todas las papilas de todo con lo que yo siento!/ ¡Tengo los labios secos, oh grandes ruidos modernos, /de oíros demasiadamente cerca, /y me arde la cabeza de quereros cantar con un exceso /de expresión de todas mis sensaciones, /con un exceso contemporáneo de vosotras, oh máquinas!”

Febrero trece, dos mil veintitrés,

Buenos Aires.

Anne Boyer visita Buenos Aires por primera vez. Es una poeta y ensayista que en el año 2019 ganó el premio Pulitzer por su ensayo Desmorir, una reflexión sobre la enfermedad en un mundo capitalista. En ese ensayo Boyer profundiza en la vida de una trabajadora estadounidense enferma. ¿Qué costo tiene, emocional y material, para una madre soltera y empleada universitaria enfermarse de cáncer? En un libro anterior, Manual para destinos defraudados, Boyer piensa en Karen Brodine que padeció cáncer de mama, escribió sobre el trabajo y murió a los 40 años: “Mujer sentada frente a la máquina, pensando trata sobre lo que ocurre en el momento que irrumpe la poesía: el trabajo (…) trata sobre lo que el trabajo le quita a los trabajadores pero también sobre lo que no les puede quitar: inteligencia, resistencia, solidaridad, acción en la calle y sueños”.

Octubre dieciocho, mil novecientos ochenta y siete,

California.

Karen Brodine cierra los ojos, un pensamiento la asiste por última vez. Deja que ese pensamiento la tome entera. Sus manos, sus piernas, el tronco, la cabeza, toda ella hecha una sola cosa: una mujer pensando. Karen Brodine muere esa tarde. La autora Janet Sutherland escribió en 1988: “Su muerte fue un shock, una miseria, un final abrupto e injustificado para una vida excepcionalmente dinámica y productiva”. Productiva, sí, dynamic and productive life. Así la definió y agregó: “Lo horrible es que la muerte de Karen fue innecesaria. El cáncer la mató porque la profesión médica estaba demasiado motivada por las ganancias, demasiado sexista, para detectarlo a tiempo, cuando podían y debían hacerlo. Y ella estaba enojada con los médicos autómatas que recetaron las dosis masivas de veneno conocido como quimioterapia cuando la prevención podría haberla salvado”. También dijo de ella: “Ella era una poeta radical y una radical poética, una artista revolucionaria y una revolucionaria artística, una pensadora feminista y una mujer pensante”.

Mujer pensante.

Karen quería ser bailarina. Estudió desde los cinco años y lo siguió haciendo hasta que se recibió en 1972 en la Universidad de Berkeley. Pensó que iba a bailar, que su cuerpo traduciría de alguna manera el lenguaje musical, que los movimientos expresarían por sí solos algo de sus pensamientos, algo de lo que quería decirle al mundo. Pensó que bailaría. Una afección en la rodilla la hizo terminar con ese pensamiento. Se dedicó a enseñar. Fue maestra. Luego, el trabajo frente a la máquina, el pensamiento del pensamiento de lo que pensó que haría. ¿Cuántas veces imaginó un baile frente a las teclas de la máquina tipográfica? ¿Cuántas veces miró su rodilla doblada debajo de la mesa donde estaba la máquina? Trabajó como tipógrafa desde 1975 hasta 1986.

es curioso, sin embargo, este set de códigos se me escapa de

las manos, y mis pensamientos se escabullen a través del

diseño incompleto de sombras y vacíos…

Quería llegar a cómo pienso cuando estoy trabajando, explica Karen en esa lectura de 1981. A cómo los pensamientos entran y salen de mi cabeza cuando mis manos están involucradas en trabajar en la máquina. Los poemas de Mujer sentada frente a la máquina, pensando logran a través de la precisión en el encabalgamiento y la osadía en el corte de verso, trasladarnos a un territorio misterioso y poético: el pensamiento libre mientras el cuerpo se dedica a otra cosa. Ese desajuste humano. Esa región sin nombre, esa grieta en la que la lengua trafica lo colectivo en la soledad.

Tarde de somnolencia…a mitad de camino de tipear

una página larga sobre especificaciones en la construcción,

perdida, vagando por edificios extraños y campos amplios

y profundos al anochecer, trato de encontrar el camino a casa.

Pero Brodine en su serie de poemas no solo indaga filosóficamente en esa relación cuerpo-mente-máquina, sino que subraya fuertemente la explotación capitalista, la dimensión de clase que atraviesa todo el libro y sus poemas en general. ¿Cómo lo hace? Con humor, con ternura, demostrando que el trabajo puede ser un espacio de regocijo y de abuso al mismo tiempo. Y sobre todo un espacio de creatividad que el sistema intenta opacar en cada una de nosotras. No hay denuncia, no hay panfleto: hay imagen, hay sonido, hay un ritmo fordiano, constante, recurrente que sosiega al lector y permite que el poema abra el ojo de la reflexión.

somos su alergia, su pesadilla,

nos necesitan demasiado, con su discurso de que “nos pagan”

un sueldo.

Nosotras los sostenemos, montones de metal pesado y

aburrido, anticuado y polvoriento,

tratan de controlarnos construyendo divisiones

y nos espían mientras hablan por teléfono

nos hablan lento y claro.

¿CÓMO ESTÁS HOY? ACÁ ESTÁ TU CHEQUE.

Como si fuera un regalo.

La abuela de Karen Brodine, a la que le dedica uno de sus poemas más hermosos, Poner el límite, fue una trabajadora postal socialista identificada como subversiva por el macartismo, obligada a comparecer ante el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes en 1955. Una militante y feminista proletaria que sembró en su nieta el fuego revolucionario. Karen Brodine cofundó la Unión de Escritoras de Mujeres en San Francisco a principios de los 70, fue también una miembra orgullosa y enérgica de la Asociación Nacional de Estudios de la Mujer y de la Unión Nacional de Escritores. Se convirtió en feminista socialista y organizadora sindical, y pronto fue líder nacional de Mujeres Radicales y el Partido Socialista por la Libertad, organizaciones feministas, revolucionarias y multirraciales.

Sus poemas logran de una manera poderosa transmitir una esencia vital de lo que podemos llamar resistencia poética: “podríamos hablar entre nosotras con las cejas” dice un verso de uno de sus poemas, y es así: podríamos unirnos trabajadoras en el silencio de lo compartido y tocarnos, escucharnos como se preguntaba Meridel Le Sueur. Porque lo que el capitalismo más salvaje aún no puede mientras Brodine escribía (y esto es importante porque puede cambiar) es quitarnos el pensamiento: “nadie sabe cómo evitar que ella piense mientras sus manos y sus nervios realizan todas las funciones”. Eso es lo que aún (insisto en el aún en este momento) no pudieron quitarles a las trabajadoras: toda la imaginación, los guiños, las ironías en el medio de la productividad, el hueco donde la ternura y el chiste hacen solidaridad. Una verdadera resistencia poética hecha de complicidad feminista y revolucionaria. Karen Brodine murió joven. No llegó a ver este siglo. Como Pessoa, vislumbró, imaginó y poetizó el futuro. Intentó traducir la distancia que nos separa de las máquinas y a su vez demostrar lo constitutivas que se volvieron para nuestras vidas. La forma en que se hicieron otro cuerpo en nuestro cuerpo. La robota Ameca hace esa distancia más estremecedora. Cuando la veo pienso en Karen Brodine. Siento que ese pensamiento me mantiene a salvo de algo. Un anclaje. Ojalá te suceda

Gabriela Borrelli Azara, Buenos Aires (2023).

Mujer sentada frente a la máquina, por Anne Boyer

Erupción es lo que creo escuchar cuando mi hija sugiere que invente un símbolo para mi escritura que marque una interrupción. La interrupción ya tenía sus marcas: esta $ y esta </3. Esos símbolos amplifican y eclipsan todas las otras marcas. El primero de mayo escribí un poema:

El cáncer es trabajo,

pero el trabajo es trabajo también.

Hacés el trabajo de estar enfermo, de intentar no seguir enfermo, el trabajo de ir al trabajo mientras estás enfermo, el trabajo de lo que es trabajo no remunerado también. Un tratamiento de quimioterapia cuesta más dinero de lo que he ganado en la mayoría de los años de mi vida. ¿Podría un poeta en una tierra alienígena explicar cómo en esta tierra el cuerpo enfermo de un trabajador es fuente de mayor ganancia que su cuerpo sano trabajando?

Tengo problemas con las categorías. Probablemente necesite a un economista alienígena. ¿Marco lo que no escribo por culpa de la enfermedad con el símbolo de interrupción o erupción? Audre Lorde empezó sus Diarios del cáncer escribiendo: «cada mujer responde a la crisis que el cáncer de mama trae a su vida a partir de un patrón entero, el plano de quién es y cómo ha sido vivida su vida». Quien era yo, si mi existencia cotidiana era, como la describió Lorde, «un campo de entrenamiento», debería haber sido alguien que entendía cómo funcionaba todo esto. Podía haber sido la poeta-economista en la tierra alienígena, capaz de ofrecer una explicación sobre cómo mi dolor genera lucro, pero no puedo recordar, no puedo visualizar, no puedo enfocar, no puedo recordar palabras porque estoy en esta tierra.

Pero esto no es verdad. Digo no puedo porque los efectos tardíos del tratamiento para el cáncer implican que no puedo hacer estas cosas sin mucho esfuerzo, pero eso no significa que no puedo intentar. Siempre cuando no podés escribir te das cuenta de que tu escritura es más importante que nunca, cuando no podés entender que tu entendimiento es vital para tu vida. Siempre la poesía más importante es la poesía del momento en que la poesía no está.

En una suite de poemas sobre el trabajo escrita en 1981 y titulada Mujer frente a la máquina, pensando, Karen Brodine empieza diciendo: «ella piensa en todo al mismo tiempo sin cometer ningún error. / nadie ha descubierto cómo impedirle que tenga este pensamiento.» Mujer frente a la máquina, pensando trata sobre lo que ocurre en el momento que interrumpe la poesía: el trabajo. Cuando los poemas eran escritos y la gente aún podía tener trabajos de tiempo completo, el momento que interrumpía la poesía duraba de 9 a 5. Incluso entonces, el trabajo en los Estados Unidos se estaba filtrando de su contenedor de cuarenta horas, derramándose sobre todo, y Brodine escribe: «ciertos edificios nunca duermen / las veinticuatro horas / tres turnos de ocho horas / siete días a la semana / una fuerza centrífuga nos plancha hasta aplanarnos».

Mujer frente a la máquina, pensando trata sobre lo que el trabajo le quita a los trabajadores, pero también sobre lo que no les puede quitar: inteligencia, resistencia, solidaridad, acción en la calle y sueños como «los edificios a nuestro alrededor están cubiertos de cientos de / carteles rojos que gritan PARO, PARO, PARO». Brodine describe a la gerencia –suspicaz, paternalista– atrincherada detrás de sus escritorios:

decimos incluso si pusieran cinta adhesiva sobre nuestras bocas

podríamos hablar entre nosotros con nuestras cejas.

Nadie puede impedir a los trabajadores tener todo ese pensamiento. Pero no podés pensar cuando estás muerto. Un verano en medio de Kansas, cuando éramos jóvenes, mi amigo Jeff trabajó como parte de un equipo de producción, y su jefe le decía: «Vas a descansar cuando estés muerto, muchacho. Vas a descansar cuando estés muerto.» Y esa canción está permanentemente en la radio este verano, 2015, esa que dice tengo seis trabajos, esa que dice no me canso. Antes de ser una canción, tal vez alguien dijo eso en un colectivo, o hablando por teléfono mientras caminaba. Puede que yo lo haya dicho en algún punto, también, y entonces me cansé, con lo cual quiero decir que tuve cáncer, con lo cual quiero decir que todavía trabajaba mucho, sólo que ahora finalmente gané algo de dinero (para alguien más).

Brodine era una poeta feminista revolucionaria: «mujer como trabajadora como revolucionaria», escribió su amiga Merle Woo. Murió en 1987 de cáncer de mama. Apenas tenía cuarenta años. En 1986 escribió sobre la quimioterapia que no la salvaría: «¿qué veneno debería escoger?» Una persona puede morir por cáncer o morir por el tratamiento. Cuando tu enfermedad es rentable, estar vivo sería hacer su trabajo, pero morir cuando uno deja de ser empleable también es una manera de hacer su trabajo. Sus amigos contaban que Brodine estaba «furiosa por culpa de los autómatas médicos que prescribían dosis ingentes de veneno». Y Brodine escribió sobre todos nosotros:

sabemos muy bien quién hace todo lo que usamos o no podemos usar.

como el mundo se amontona sobre los huesos de los años,

así se acumula nuestro trabajo.

mientras nos vendemos en fracciones. no nos quieren

completos, sino hora tras hora, pedazo a pedazo.

nuestras manos principalmente y nuestras espaldas.

y trozos de nuestros cerebros. y expresiones veladas

de nuestras caras, eso lo compran. aunque no pueden saber realmente

qué pensamientos se alzan detrás de nuestros ojos.

entonces arrojan el cuerpo en la vereda al mediodía y a las cinco.

entonces escupen el cuerpo por la puerta a los sesenta y cinco.

El símbolo para cómo-nada-nunca-parece-interrumpir-la- ganancia no es demasiado llamativo, es un símbolo llamado tipografía como mancha, y no hay nada que puedas hacer con él, salvo marcar todo lo demás como un punto muerto. No puedo escribir bien a causa de las secuelas del tratamiento para el cáncer de mama pero, habiendo experimentado las secuelas del tratamiento para el cáncer de mama, necesito ser capaz de escribir para vivir. Es como que todas las personas que conozco que no tienen un trabajo necesitan uno, y todas las personas que tienen un trabajo necesitan seguir el cartel rojo y salir de ahí.

Estoy pensando pero no pensando muy claramente, no puedo discernir si una enfermedad rentable es un tipo de trabajo o un tipo de mercancía o pertenece a otra clasificación económica. Busco el término económico apropiado para un cuerpo como un pozo como una herida de guerra como un animal envenenado como la cosa más triste y expuesta que haya existido. Brodine: «ella siempre había pensado en el dinero como sólido, estático. / pero viéndolo como trabajo en movimiento, horas humanas, por qué eso significa / que vuelve a sus manos en las teclas, dolor de hombros». Si un cuerpo enfermo es trabajo en movimiento, su movimiento es un gesto de conformidad, una mueca de dolor del cuerpo entero.

Quizás una trabajadora enferma es más rentable que una sana porque la enfermedad la transforma en una híper consumidora. Quizás el que una trabajadora enferma esté enferma no sea un tipo de trabajo en lo más mínimo. El cáncer consume al cuerpo desde adentro: la híper enferma híper consumidora consume cualquier medicamento necesario para consumir el cáncer, también es consumida por su medicamento. Brodine escribe más tarde: «lucho contra la quimio / más que contra el cáncer». Quizás el cáncer de mama no es trabajo; es una herida laboral. El pensamiento de Brodine es profético, también, en este poema:

cuando se sienta en la máquina, rayos catódicos

fluyen directamente hacia su pecho.

cuando trabajaba como empleada,

los rayos de la Xerox apuntaban hacia arriba, golpeándola

en el mentón.

cuando trabajaba de mesera, el horno microondas

le llegaba al estómago.

cuando montaba la tipografía para Safeway, hundiendo

las manos en químicos de procesado, sus manos ardían

y se pelaban y su pecho le dolía por los vapores.

Antes de tener cáncer de mama, a veces tenía mi iPhone –el que compré para poder estar trabajando siempre, para seguir despierta revisando el correo electrónico, para escribir en Facebook o publicar un tuit– en mi corpiño, directamente sobre el lugar donde creció un tumor considerable. Ese tumor que era, a diferencia de otros tumores de mama, no hormonal y no genético, era muy posiblemente un souvenir de cómo yo, como tantas otras personas ahora, siempre parecía estar trabajando.

Finalmente, en la cadena de no puedos que vienen con las pérdidas cognitivas de la quimioterapia, empiezo a sentir el daño necesario que se requiere para recuperarse: no puedo interesarme. Se requirieron seis meses de quimioterapia, cinco meses de reconstrucción dolorosa y dos cirugías de importancia para que dejara de interesarme, pero todo lo que antes parecía importante, ideas y arte, las sociabilidades y la política para las que había vivido, finalmente no me podían importar, al menos no tanto como sobrevivir cada hora. El símbolo de interrupción para esto probablemente sea sólo una hoja en blanco, o una mano simulando ser una hoja de papel que envuelve a una piedra.

Decir de todo lo que importó antes agarrá este trabajo y aguantátelo, a la mierda escribir-pensar-intentar-estar saludable. No me canso es todo lo que queda por pensar

agotadoramente, junto a la radio, cuando empiezo a faltar a las citas médicas –o escribe Brodine, en el trabajo: «cuando veo al jefe, alzo / el rostro claro y solemne, pensando / cerdo, cerdo, es verdad, también. / no retórico». Si mi no poder interesarme es una erupción, es una nueva claridad y proporcionalidad. Puede que el cáncer no sea trabajo, pero se siente como trabajo, lo suficiente como para que ya no sea necesario buscar su categoría exacta. Basta con saber que nuestros cánceres hacen más ricos a los ricos y también nuestra deuda. Nuestro trabajo, tanto pago como no pago, también lo hace. Y lo que significa vivir esto. Del poema de Brodine llamado Supervivientes:

La supervivencia es un proceso repetitivo, días en torno

a tareas completadas o no, nuevas tareas fluyendo

delante tuyo, cada día centrado en comida y sueño y vigilia

y habla. Seguís este patrón de vida establecido

por la oscuridad y la luz. O te deshacés

en trozos de noche que resuena, despierta, avanzando,

adelantándote, si tan sólo todo el tiempo pudiera ser utilizado.

Ese si tan sólo de la supervivencia también te va a matar, si te quedás atascado ahí, pero un paso más allá está el conocimiento de lo que está oculto en el momento que interrumpe la poesía: la poesía



Anne Boyer, Manual para destinos defraudados (Z&G, 2021).

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Karen Brodine

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